Cuento del cole: SOS. Mi cole viejo llora
publicado como carta al director y leído hoy a la entrada del colegio
Había una vez un colegio público en mi barrio llamado los ALTOS COLEGIOS. Tenía más cien años. Un día mi colegio comenzó a llorar. Pero, como no tenía ojos, no cayeron lágrimas; como no tenía boca, no explicaba qué le pasaba. A mi cole se le ocurrió una forma de avisar porque le hacía falta más cuidados. Un día se le cayó una placa de su techo, igual que cuando a mi abuelo se le caen los pelos. Como mi cole no quería asustar a sus niños, y se dio cuenta de que podían estar en peligro, avisó un día echando chispas. Todos entendieron esta llamada de atención de mi colegio hacia sus ciudadanos. Pero mi cole se calmaba cuando veía que lo arreglaban un poquito, lo lavaban y lo pintaban y le cortaban las uñas quitando sus ramas; así, algunas veces, se sentía guapo, limpio y bien vestido. Pero pronto se olvidaban de él porque sus cuidadores tenían cosas que hacer que parecían cosas más importantes que él. Entonces un día, mi colegio viejo, enfadado, gritó; gritó tan fuerte que se enteraron seis niños y sus profesores. Todos corrieron a contárselo a los padres de sus niños. Éstos, junto con los profesores, mandaron cartas a esos ciudadanos descuidados, para llamarles la atención.
Pero pasaron los años, mi cole se iba entristeciendo. Creía que nadie le hacía caso. Hasta que un día, cuando iba a comenzar un nuevo curso, empezó a sonreír.
No era cierto que estuviese solo. Sus niños, sus profes y los padres de sus niños querían ayudarlo. Comenzaron a protestar con palabras escritas y habladas, a veces, también gritadas. De esta forma, los cuidadores de mi cole viejo se han enterado que sí tiene ojos y boca mi cole, que son sus niños, sus profes y los padres de sus niños.
Ahora mi cole empieza a sonreír porque lo van a cuidar como él lo necesita.
Gracias a todos de parte de mi cole viejo.
Había una vez un colegio público en mi barrio llamado los ALTOS COLEGIOS. Tenía más cien años. Un día mi colegio comenzó a llorar. Pero, como no tenía ojos, no cayeron lágrimas; como no tenía boca, no explicaba qué le pasaba. A mi cole se le ocurrió una forma de avisar porque le hacía falta más cuidados. Un día se le cayó una placa de su techo, igual que cuando a mi abuelo se le caen los pelos. Como mi cole no quería asustar a sus niños, y se dio cuenta de que podían estar en peligro, avisó un día echando chispas. Todos entendieron esta llamada de atención de mi colegio hacia sus ciudadanos. Pero mi cole se calmaba cuando veía que lo arreglaban un poquito, lo lavaban y lo pintaban y le cortaban las uñas quitando sus ramas; así, algunas veces, se sentía guapo, limpio y bien vestido. Pero pronto se olvidaban de él porque sus cuidadores tenían cosas que hacer que parecían cosas más importantes que él. Entonces un día, mi colegio viejo, enfadado, gritó; gritó tan fuerte que se enteraron seis niños y sus profesores. Todos corrieron a contárselo a los padres de sus niños. Éstos, junto con los profesores, mandaron cartas a esos ciudadanos descuidados, para llamarles la atención.
Pero pasaron los años, mi cole se iba entristeciendo. Creía que nadie le hacía caso. Hasta que un día, cuando iba a comenzar un nuevo curso, empezó a sonreír.
No era cierto que estuviese solo. Sus niños, sus profes y los padres de sus niños querían ayudarlo. Comenzaron a protestar con palabras escritas y habladas, a veces, también gritadas. De esta forma, los cuidadores de mi cole viejo se han enterado que sí tiene ojos y boca mi cole, que son sus niños, sus profes y los padres de sus niños.
Ahora mi cole empieza a sonreír porque lo van a cuidar como él lo necesita.
Gracias a todos de parte de mi cole viejo.
2 comentarios
juan david bustamante -
agueda valdayo -